Un nuevo estudio sugiere que una civilización avanzada podría haber construido un dispositivo capaz de comunicarse a enormes distancias utilizando ondas gravitacionales.
Llevamos décadas buscándolos sin éxito alguno. Los científicos peinan una y otra vez el cielo con los más potentes telescopios y detectores, tratando de localizar una señal que revele la presencia de seres inteligentes más allá de la Tierra.
Pero la búsqueda, hasta ahora, ha sido en vano. Ondas de radio, rayos X, destellos de láser… los investigadores tratan de analizar todas las posibilidades, todas las frecuencias, todos los medios posibles con los que una hipotética civilización alienígena podría estar comunicándose.
O algo que revele el uso de tecnologías extraordinariamente avanzadas y que, por lo tanto, delatarían su presencia. Pero hasta el momento el decepcionante resultado ha sido siempre el mismo: nada.
¿Por qué no podemos encontrarlos? Muy pocos dudan, a estas alturas, de que hay muchas probabilidades de que «ahí fuera» pueda haber «alguien» con capacidades similares o superiores a las nuestras. Hay demasiadas estrellas, demasiados planetas en el Universo como para pensar que el nuestro es el único, entre trillones, en el que la vida se ha desarrollado.
¿Podría ser -se preguntan algunos- que sencillamente no hayamos encontrado aún la forma que usan para comunicarse? Nosotros utilizamos ondas de radio, pero una civilización extraña podría haber desarrollado una tecnología de comunicaciones completamente diferente.
O bien haber creado máquinas lo suficientemente potentes como para que su actividad pueda ser registrada desde nuestro planeta. Si consiguiéramos captar esas señales, les encontraríamos.
La última propuesta en este sentido viene de un equipo de científicos capitaneados por Marek Abramowicz, de la universidad sueca de Gotemburgo. En un artículo recién aparecido en Arxiv.org, los investigadores consideran muy seriamente la posibilidad de que ET disponga de una tecnología capaz de generar ondas gravitacionales.
Ya saben, las tenues ondulaciones en el tejido mismo del espaciotiempo producidas por fenómenos violentos como supernovas o colisiones de agujeros negros. Igual que una piedra provoca ondas en un estanque, esos fenómenos perturban la calma espaciotemporal con «ondas de gravedad» que se propagan en todas direcciones y que aquí, en la Tierra, somos capaces de detectar desde 2015.
Según Abramowicz y su equipo, además, bastaría con un pequeño cambio operativo en la antena de la misión LISA, un detector espacial de ondas gravitacionales proyectado por la Agencia Espacial Europea y cuyo lanzamiento está previsto para 2034, para que esa misión pudiera, también, buscar las señales transmitidas por hipotéticas civilizaciones extraterrestres avanzadas.
La misión LISA consta de tres naves, dispuestas en triángulo a 2,5 millones de km de la Tierra. Combinadas, funcionarán como un enorme detector de ondas gravitacionales en órbita. Y si se aplica el cambio sugerido por Abramowicz, podría permitir también el descubrimiento de una civilización avanzada dentro de nuestra galaxia.
«Nuestra existencia en el Universo -escriben los investigadores en su artículo- es el resultado de una rara combinación de circunstancias. Y lo mismo debe ser cierto para cualquier civilización extraterrestre avanzada. Si existe alguna en la Vía Láctea, es probable que estén dispersos en grandes distancias en el espacio y el tiempo. Sin embargo, sin duda son conscientes de la propiedad única de nuestro centro galáctico: que alberga el agujero negro masivo más cercano y accesible a nosotros».
Para Abramowicz y su equipo, «una civilización suficientemente avanzada puede haber colocado tecnología en órbita de este agujero negro para estudiarlo, extraer energía de él y/o con fines de comunicación. En cualquier caso, su movimiento orbital será necesariamente una fuente de ondas gravitacionales».
En otras palabras, los investigadores creen que el centro de la Vía Láctea sería un lugar perfecto para colocar una baliza que transmita mensajes al resto de la galaxia. Un dispositivo como ese, escribe Abramowicz, enviaría sus mensajes utilizando ondas gravitacionales porque «una vez emitidas, viajan a través del espacio sin ser prácticamente perturbadas».
Los autores del estudio han bautizado esa baliza con el nombre de «El Mensajero». Y afirman que el gran tamaño del detector LISA implica que será capaz de detectar ondas gravitatorias procedentes de cualquier lugar y que vayan en cualquier dirección. Es decir, que no se limitará a estudiar un sector concreto del Universo.
«Argumentamos -escriben los investigadores- que si una avanzada civilización extraterrestre decidiera construir un dispositivo para estudiar Sagitario A*, el agujero negro central de la galaxia, o para extraer energía de él, o incluso con cualquier otro tipo de fin al que nuestra mente no alcanza, ese dispositivo puede, también, servir como Mensajero».
«Para generar una señal de onda gravitacional razonablemente fuerte -explica Abramowicz- el cuerpo que orbita a Sagitario A * debería tener una masa de rango astronómico». No debería ser demasiado pequeño, porque entonces no podría producir una amplitud de ondas gravitatorias detectables a mucha distancia. Pero tampoco podría ser demasiado grande, porque entonces necesitaría demasiada energía para mantenerse en su órbita alrededor de Sagitario A*.
Según los científicos, lo ideal sería que el dispositivo tuviera el tamaño y la masa de Júpiter, lo que le permitiría transportar suficiente combustible como para poder corregir su órbita durante un largo lapso de tiempo.
En su estudio, los investigadores muestran que un «Mensajero» que tenga la masa de Júpiter y que se encuentre en la órbita circular más estable alrededor del agujero negro «podría sostenerse durante unos pocos miles de millones de años y emitiría continuamente una señal de onda gravitacional artificial inequívoca y que sería observable con detectores del tipo LISA».
Si resultara que Abramowicz tiene razón, muy pronto podríamos captar la primera onda gravitacional de origen artificial de la historia. Solo quedaría, sin embargo, una duda: ¿Cómo podríamos saber, en un dispositivo capaz de emitir durante miles de millones de años, si los emisores de la señal siguen existiendo aún? ¿Puede una civilización, por avanzada que sea, sobrevivir tanto tiempo?
En todo caso, eso es algo que, a día de hoy, preocupa poco a los científicos. Lo primero, y más importante, es conseguir, de una vez, una señal inequívoca que demuestre, por fin, que no estamos solos en el Universo.
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