Según contaba la tradición popular de la región catalana de Montserrat, el Santo Grial estaba escondido allí y Himmler, sabedor de ello, se dirigió a la misteriosa montaña con la intención de hacerse con él.
Al parecer, sabedores de la calamitosa situación que la Iglesia católica arrastraba en Alemania principalmente debido a la manía paganista del Reichsführer, azote de curas y monjas, el abad titular de Montserrat, Antoni María Marcet, y su coadjutor, Ameli Maria Escarré, no quisieron recibir personalmente a Himmler, y dado que no podían negarle el acceso a la abadía, por tratarse de una importante visita de Estado, encargaron hacer de cicerone del líder nazi al joven religioso Andreu Ripol Noble, conocedor de la lengua alemana y cuyo valioso testimonio ha hecho que no quede en el olvido aquella singular visita de 1940.
Aunque existían otros lugares considerados guarida del Grial, Himmler siguió la tradición wagneriana que señalaba un enclave en los Pirineos, y consideró al Muntsalvatsche de Parzival la abadía de Montserrat. El joven Andreu Ripol recibió en la abadía a Himmler y a más de veinte de sus hombres negros, entre ellos el general Günter D’Alquen y el jefe de su Estado Mayor, Karl Wolff, que, según algunos autores, también era ducho en esoterismo y ciencias ocultas.
Himmler estaba obsesionado por dar con alguna pista sobre la sagrada reliquia y así se lo hizo saber al sacerdote. Además, le espetó, en medio de esa manipuladora revisión “aria” de la religión y la Biblia, que de Esaú descendían los judíos y de su hermano gemelo, Jacob, los arios, entre ellos, Jesucristo. Al parecer, cuando el Reichsführer contemplaba la reproducción del templo de Jerusalén que decora la abadía, exclamó: “la primera banca”.
Cuando la comitiva nazi pasó ante la imagen de la Moreneta, y Ripol comentó a Himmler que la costumbre era besar la efigie de la Virgen Negra, el nazi, visiblemente contrariado, le espetó que ya se encargaría él de acabar con tamañas supercherías.
Al parecer, Andreu Ripol no se anduvo con rodeos y le dijo al nazi que estaba equivocado en sus revisiones de las Escrituras. Ante la insistencia del Reichsführer de visitar la biblioteca del cenobio para buscar pistas sobre el Grial, se encontró con la férrea negativa del cura. El jerarca nazi parece que se marchó de allí desairado, y el conde de Mayalde reprimió después, por orden de Franco, la actitud de los religiosos.
Según cuenta la escritora Montserrat Rico Góngora, Himmler acudió a Montserrat en busca de un infalible talismán –en este caso el Grial– que le otorgara poderes sobrenaturales que le permitieran ganar la guerra contra los “indeseables”; dada su obsesión por el ocultismo y el misticismo no es de extrañar. Sea como fuere y a pesar de su insistencia, nada pudo sacar en claro de la abadía catalana. Regresó a Barcelona a las 19.30 horas a través de la carretera del Bruch, donde cenó con personalidades del ayuntamiento y de la colonia alemana. Al anochecer, visitó la checa de Vallmajor –también conocida como “Preventorio D”–, conservada por los franquistas como museo de las barbaries republicanas durante la Guerra Civil.
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