El arte siempre ha querido dar un paso más en la experimentación de mostrar perspectivas nuevas en cualquiera de sus aspectos.
Hasta pintores de cámara respetados a lo largo de los siglos, como lo fue Diego Velázquez intentaron mostrar en sus obras que sus mentes iban más allá de lo que podía observar el mero espectador.
Las Meninas son un ejemplo de ello. Se vaya cuando se vaya al Prado, siempre hay una legión de espectadores intentado descubrir una perspectiva más, o una simbología más, oculta dentro de las dimensiones que nos muestra la obra, y ya si nos adentramos en el universo de El Bosco, la búsqueda es exponencial.
En nuestro tiempo, el arte abarca otros muchos aspectos bastante más controvertidos. Desde mediados del siglo pasado, se dio un salto que muchos espectadores no eran capaces de entender, el artista buscaba la provocación, el remover de las consciencias o la denuncia social.
La performance entra en escena, y el espectador es capaz de ver provocaciones en vivo que, en muchas ocasiones le removían algo más que el estómago.
Marina Abramovic es considerada toda una eminencia en la performance más provocadora.
Nacida en Serbia y con 73 años, sigue estando en la palestra y en activo, y sigue provocando todo tipo de sentimientos y reacciones con sus performance.
Pero hay quien considera, que estas performance y estas provocaciones pueden haber cruzado un límite siniestro y criminal.
Primero deberíamos describir que es el adrenocromo y cómo se considera que se utiliza.
El adrenocromo se produce en la sangre de una persona cuando llega a extremos de estrés tales, que la adrenalina tensa todo su cuerpo y se logra producir una reacción química que llena de adrenocromo la sangre del sujeto sometido a tal estrés.
Este estrés tan brutal sólo se consigue con torturas y con el peligro inminente de la muerte de forma violenta. Si esta reacción, además, se produce en niños, el adrenocromo es mucho mejor, la sangre más limpia, más efecto, más pureza.
A distintas familias de la élite mundial se les acusa de estar “enganchadas” a este tipo de droga y de rituales, de apoyarse entre ellos y de formar un selecto club que domina el mundo.
A Marina Abramovic se la considera una especie de sacerdotisa satánica que ejecuta este tipo de rituales y que convoca a diferentes miembros de esta selecta élite para participar del “banquete” que se les ofrece a base del codiciado adrenocromo.
Se les acusa de desapariciones, asesinatos, suicidios y pedofilia, llegando incluso a mostrar una simbología relacionada con los Illuminati que correspondería con este selecto grupo que, se supone, nos domina.
No existe ninguna duda de que las performance de Marina son provocadoras, pero ¿no es cierto que eso es lo que busca exactamente una performance?
De hecho, hoy en día, sus obras se basan en la meditación, nada tienen que ver ya con aquellos rituales sangrientos y escatológicos.
Sin embargo, se la sigue relacionando con una élite con costumbres poco claras.
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