Panspermia Cósmica. Traducido a lenguaje común, este llamativo término viene a significar que la vida surgió en la Tierra tras haber «caído» desde el espacio exterior.
El primero que pensó en esta posibilidad –que sepamos– fue el sabio Anaxágoras, en el siglo V a. C. El filósofo griego nos habló de «semillas por doquier» que conformaban la materia tanto inerte como viva. Por desgracia, tuvo que huir de Atenas por afirmar, con asombrosa intuición, que el Sol era una masa de hierro incandescente y que la Luna era una roca que, habiendo salido de la Tierra, reflejaba la luz del Sol.
Mucho más cercanos a nuestro tiempo, los científicos británicos Fred Hoyle (ver recuadro) y Chandra Wickramsinghe propusieron en 1978 que los cometas podrían ser los sembradores cósmicos de la vida, al transportar esporas vitales de un sistema estelar a otro.
Hoy en día los científicos conocen la existencia de bacterias en la Tierra que resistirían sin problemas el viaje espacial. Aunque eso no quiere decir que dichos organismos fueran los que viajaron, demuestra que otros pudieron hacerlo. Y, ¿por qué no pensar que este fenómeno puede haber ocurrido en la Tierra en más de una ocasión? ¿Se producen con relativa frecuencia aportes de vida extraterrestre a nuestro planeta? Y, si así fuese… ¿podrían haberse mezclado estos organismos exoterráqueos con la vida ya existente en la Tierra? Pues bien, por muy inquietante que parezca, la respuesta a estas preguntas podría estar en nuestro propio material genético.
PANSPERMIA DIRIGIDA
Aunque suene a ciencia-ficción, se da la circunstancia de que uno de los descubridores de la estructura del ADN, Francis Crick, ya habló de esta posibilidad. Al no encontrar pasos intermedios previos a la doble hélice, apuntó la hipótesis de que quizás el ADN hubiera llegado a nuestro planeta ya conformado, es decir, procedente de algún otro lugar en donde habría evolucionado.
De hecho, Crick no sólo creía factible esta posibilidad, sino que defendía la posibilidad de una Panspermia «Dirigida»: es decir, que la vida no llegó por azar a bordo de un cometa, sino que fue conscientemente «sembrada» en nuestro mundo: «Parece improbable que los organismos vivos extraterrestres pudieran haber alcanzado la Tierra ya sea como esporas conducidas por la presión de la radiación de otra estrella o como organismos vivos incrustados en un meteorito. Como alternativa, hemos considerado la Panspermia Dirigida, la teoría de que los organismos fueron deliberadamente transmitidos a la Tierra por seres inteligentes de otro planeta. Creemos que es posible que la vida alcanzó la Tierra de esta manera, pero que la evidencia científica es inadecuada actualmente como para decir algo acerca de esa probabilidad. Prestamos atención a los tipos de evidencia que pudieran arrojar una luz adicional sobre este tema».
¿ADN EXTRATERRESTRE?
En nuestros días, aunque el proyecto para la secuenciación del genoma humano ha terminado, apenas hemos empezado a entender su complejidad. De momento hemos averiguado que un enorme porcentaje de nuestro ADN, entorno al 97 %, está constituido por lo que algunos genetistas han llamado «materia genómica oscura», cuya auténtica función constituye un misterio. En este mal llamado «ADN basura» o «ADN inútil» se encuentran enormes cantidades de pseudogenes que se pensaban «muertos», como restos de arcaicas mutaciones. Pues bien, recientes investigaciones han descubierto que algunos de estos pseudogenes no están completamente «muertos» y bajo determinadas circunstancias podrían desempeñar funciones que desconocemos.
Estos y otros datos han llevado a varios científicos a preguntarse por el origen y razón de ser de tanta materia genética oscura. Así, el eminente astrobiólogo Paul Davies, profesor de Filosofía Natural en el Centro Australiano de Astrobiología de la Universidad Macquarie, y Charles Lineweaver, un reputado astrofísico de la Universidad de Nueva Gales del Sur en Sydney (Australia), publicaron un sorprendente artículo en la revista Astrobiology en el que sugerían que podrían haberse producido intercambios tempranos de material genético entre alguno de nuestros ancestros y algunas formas de vida alienígena… Ya que en los orígenes pudo existir una mezcla de diferentes tipos de vida y un intercambio de componentes genéticos diferentes, sería posible que restos de sistemas bioquímicos alternativos hubieran llegado a introducirse en organismos pretéritos y aún permanezcan en organismos actuales. Siguiendo esta línea de pensamiento, Paul Davies nos propone en otro reciente artículo publicado en New Scientist una idea no menos fascinando: usando retrovirus, una civilización lejana en el tiempo y en el espacio podría haber colocado un mensaje en el genoma de los organismos terrestres. Estos mensajes se habrían conservado y podrían replicarse casi sin cambios durante miles de millones de años, esperando el momento adecuado para manifestarse. Y es que no debemos olvidar lo que en definitiva es el ADN: la más perfecta forma de almacenamiento, conservación y reproducción de cantidades ingentes de información que conocemos en el universo.
En este punto podríamos aventurar una hipótesis absolutamente fascinante. Si una remota y avanzada civilización extraterrestre quisiera extenderse por el universo, no tendría por qué utilizar complicados ingenios mecánicos, enormes naves espaciales cuyas limitaciones resultarían inadecuadas para su propósito. Un uso inteligente de la ingeniería genética sería, posiblemente, un método mucho más fácil y eficaz para conquistar el cosmos. Es más, quizá sea la única forma de hacerlo.
Pensemos en nosotros mismos. Es muy probable que dentro de algunos siglos hayamos establecido bases o colonias por todo el sistema solar. Sin embargo, dar el salto hacia otros sistemas planetarios se presenta como una proeza mucho más difícil, por no decir imposible. Las enormes distancias interestelares hacen que el viaje pueda durar miles de años. Las naves tendrían que albergar tripulaciones que fueran reproduciéndose para que, después de muchas generaciones, se llegase a un mundo posiblemente inadecuado para la vida humana. La hibernación tampoco solucionaría ese problema. Y es que el ser humano es un organismo frágil, inadecuado para las vicisitudes de un larguísimo viaje cósmico.
Sin embargo, si llegásemos a controlar los secretos de la ingeniería genética, podríamos diseñar organismos adecuados no sólo para ser capaces de resistir el viaje espacial, sino de modificar las condiciones ambientales de los planetas hostiles donde cayeran, «acondicionándolos» para que, finalmente, puedan albergarnos.
Pero, ¿cómo apareceríamos nosotros en ese nuevo planeta? Pues evolucionando desde aquellos organismos que efectuaron el viaje cósmico, los cuales llevarían codificado en su genoma las órdenes precisas para ello. Sería un proceso lento, que duraría miles de millones de años, pero que garantizaría nuestra propagación universal. Pues bien, eso parece ser justamente lo ocurrido en nuestro planeta.
Las primeras formas de vida fueron organismos muy simples, pero muy resistentes a las radiaciones cósmicas (tuvieron que sobrevivir en una atmósfera carente de oxigeno, sin capa de ozono). Esos organismos habrían sido perfectamente capaces de resistir un viaje espacial de duración indefinida. Se da la circunstancia de que después de un determinado número de mutaciones genéticas, de estos primeros organismos surgieron otros que comenzaron a «excretar» oxígeno al ambiente. Tras un largo proceso, la atmósfera de nuestro planeta contenía el oxígeno suficiente para proteger (ozono) y alimentar organismos más complejos que sucesivas mutaciones irían haciendo aparecer.
Y así habríamos llegado nosotros, que no seríamos si no un escalón más en todo este proceso. El ciclo se cerraría cuando llegáramos a ser capaces de volver a crear las mismas semillas de las que procedemos.
Si las cosas sucedieron realmente así, entonces sería lógico pensar que esas «semillas de vida» deberían hallarse en otros muchos lugares del universo. Pues por increíble que parezca, es posible que las hayamos encontrado.
NANOBIOS, ¿LAS SEMILLAS DE LA VIDA?
En 1992 una compañía petrolífera realizó unas prospecciones en la plataforma continental del oeste de Australia. Se extrajeron muestras de rocas situadas a 3.000 metros de profundidad bajo el fondo oceánico y fueron llevadas a la Universidad de Queensland para ser analizadas, en busca de posibles indicios que señalaran la presencia de hidrocarburos. El equipo dirigido por la geóloga Philippa Uwins –a cargo de la investigación– no encontró petróleo, pero descubrió algo que iba a hacer removerse los cimientos de la biología: ¡en aquellas rocas existían organismos vivos! Bajo potentes microscopios electrónicos aparecían enormes cantidades de una especie de filamentos con un tamaño unas 10 veces menor que el de la bacteria más pequeña conocida. Cultivados en el laboratorio, se comprobó que aquellos «entes» se reproducían con rapidez inusitada. Para el equipo de Philippa Uwins no cabía la menor duda: habían encontrado una nueva forma de vida, a la que bautizaron con el nombre de nanobios, para diferenciarlos de los «microbios», dando a conocer su descubrimiento al mundo en un artículo publicado en 1998 en la prestigiosa revista Science.
Curiosamente, se da la circunstancia de que los nanobios presentan un aspecto y tamaño similar a la misteriosa estructura hallada en el famoso meteorito marciano ALH84001, identificada en su día por un equipo de investigadores de la NASA como un posible resto fosilizado de algún microorganismo primitivo marciano. ¿Nos encontramos ante las semillas de vida propagadas por doquier, capaces de poner en marcha los procesos que permitieron que apareciésemos los seres humanos?
Aunque algunos microbiólogos se han mostrado escépticos respecto a si los nanobios están realmente «vivos», por considerar que son demasiado pequeños como para contener ADN, lo cierto es que este hallazgo puede revolucionar las ideas que teníamos sobre la aparición de la vida en la Tierra. Y lo que es aún más fascinante, sobre la existencia de vida en el universo.
La pregunta que debemos formularnos ahora es: ¿tenemos unos ancestros cósmicos que han «sembrado» el universo de lo necesario para que vayan apareciendo en todas las galaxias criaturas como nosotros, criaturas como «ellos»? ¿O quizá seremos nosotros los primeros en hacerlo?
Como vemos, estamos rodeados de misterio. Lo llevamos dentro de nosotros, formando parte de nuestra más íntima sustancia. Y sin duda, cuando miramos al universo, conscientes o no de ello, estamos buscando la respuesta a nuestros verdaderos orígenes…
UN “HEREJE” LLAMADO FRED HOYLE
Aunque la teoría de la Panspermia es una de las aportaciones más conocidas de Fred Hoyle, la trayectoria del eminente astrofísico británico está plagada de otras teorías sorprendentes, que en muchos casos le hicieron merecedor del apelativo de heterodoxo a ojos de sus colegas, aunque siempre manifestaron un profundo respecto por él.
Hoyle defendía que el universo nunca tuvo un origen, sino que existió siempre tal y como lo conocemos hoy, rechazando por tanto la mayoritaria teoría del Big Bang (término que curiosamente acuñó él). No contento con plantear la teoría de la Panspermia y afirmar que la vida en la Tierra seguramente había sido sembrada por seres extraterrestres, Hoyle defendía la presencia de un intelecto tras la Creación: «El origen del Universo requiere una inteligencia. Una inteligencia a una escala mayor, que nos precedió y que decidió conformar, como acto deliberado de creación, estructuras idóneas para la vida».
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